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Aquel Verano de 1939

Foto: William Vandivert/LIFE en messynessychic.com

Antonio Navalón

La historia es cíclica. En ocasiones se repite como drama y en otras en forma de comedia, pero lo que es inevitable es su repetición. Es difícil ocultar el tiempo y no descubrir que este verano de 2024 se parece, sobre todo, al verano que hace 85 años conmovió todas las bases existentes hasta ese momento de la organización desde las fronteras hasta el poder; desde las ideologías hasta los capitales; y desde la hegemonía militar hasta lo más importante, que es la capacidad de generar esperanza y miedo.

Foto: William Vandivert/LIFE en messynessychic.com

Aquel verano de 1939 fue cuando, como colofón de un siglo que inició maldito tras haber tenido en su primer cuarto la Primera Guerra Mundial, la composición del nuevo tablero geoestratégico mundial se empezó a gestar. En 1918, tras el fin de la Primera Guerra Mundial, se consumó la desaparición del imperio alemán, del austrohúngaro y del otomano. En 1945, surgió la controversial, creciente y peligrosa rivalidad ideológica, económica y militar entre la Unión Soviética y Estados Unidos. El verano de 1939 mostró que las cenizas o los rescoldos de los imperios otomano y austrohúngaro estaban destinados a quemarse, alumbrando dos nuevas situaciones que significaron y encarnaron el principal elemento de enfrentamiento global.

Foto: William Vandivert/LIFE en messynessychic.com

La decisión de Franklin Delano Roosevelt de acabar con el imperio británico para hacer de Estados Unidos, sustentado por la hegemonía del dólar, la principal potencia del planeta, en gran parte provocó un importante desajuste en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Con la desaparición del imperio británico emergió, sobre todas las cosas, la contundencia y la incapacidad de enfrentarse desde cualquier punto de vista al imperio estadounidense.

Foto: Library of Congress en Unsplash

La alianza para destruir a Adolf Hitler y con ello ganar la Segunda Guerra Mundial permitió que la Unión Soviética se erigiera con la suficiente fuerza para mantener un enfrentamiento bipolar por más de 40 años, marcando la senda de lo que más adelante serían no solamente las luchas ideológicas, sino las áreas de influencia y la construcción de los imperios modernos surgidos tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.

Foto: alf75 en iStock

En este verano de 2024 hay muchos factores que permiten recordar cómo y cuándo desaparecen los imperios, al igual que cómo se forman. Hoy el mundo no es bipolar, es, por lo menos, triangular y con vocación muy pronto de convertirse en cuadripolar. Desde el punto de vista de su historia, de su origen y de lo que permitió que Estados Unidos fuera la hegemonía más larga y la democracia más profunda de la era moderna, hoy su crisis interna choca frontalmente con el hecho de enfrentarse por primera vez con unos oponentes como los que no se había confrontado en el pasado. China no solo es un oponente ideológico de Estados Unidos, sino que es un país que ha demostrado tener una capacidad de reconstruir su poder no solamente con base en el ejercicio, el sacrificio y la correcta inversión del dinero ganado como principales suministradores de todo al mundo occidental, sino que, sobre todo, han sabido consolidar su vocación de imperio. Las calculadas e inteligentes estrategias de inversión chinas en desarrollo tecnológico y en brindar respuestas a un mundo cada vez más complicado han posicionado al país liderado por Xi Jinping que realmente puede competir en el escenario global.

Foto: Luke en Pexels

A su llegada al poder en 1978, Deng Xiaoping se encontró con un país con 956 millones de personas que podían ser moldeadas a su gusto para poder alcanzar los objetivos de la nación comunista. Hoy China – debido a su característica dual de ser un país ideológicamente comunista, pero que en la práctica es más capitalista que la mayoría de los países – tiene una gran e importante ventaja competitiva sobre Estados Unidos, que es su gran capacidad de mantener el control interno de su población.

Foto: Xie Huanchi/Xinhua en China Daily

Los chinos tienen un sistema político y militar que les hace mantener la unidad interna que no tienen los Estados Unidos de América. Pero, además, aunque nadie conoce muy bien por dentro el pensamiento ni el sentimiento social chino, no hay que olvidar que en las dictaduras no son necesarios ni los sociólogos ni las encuestas, ya que, al final del día, para existir necesidades sociológicas tiene que existir la capacidad de expresión de las tendencias de esas partes de la sociedad, factor que no aplica en el caso de China. Muy por el contrario, la crisis, la separación, la ruptura, la polarización y el enfrentamiento frontal de Estados Unidos consigo mismo y con su historia le hace ser una sociedad que, en principio y aparentemente, no solamente tiene la fuerza de la libertad – que siempre la ha tenido – sino que en este momento, debido a la gran competencia que ha surgido en los últimos años, se enfrenta a la incapacidad de poderse posicionar absoluta y contundentemente como el líder económico y tecnológico del mundo.

Imagen: Oleg Elkov en iStock

¿Qué papel tendrán Estados Unidos y China a partir de la elección de noviembre? Esa es una gran pregunta, sobre todo, porque, así como en Estados Unidos la propia campaña electoral y la situación magnifican la gravedad de su crisis interna. En el caso chino – que sin duda alguna tiene elementos de disconformidad y de problemas internos – no tenemos la información necesaria como para poder precisar en qué punto se dará una ruptura o la posibilidad de que eso suceda frente a un régimen que está hecho para no tener ninguna fisura. Sobre el papel – y pese a todo lo que han conquistado, comprado y colonizado de recursos y materias primas – la gran debilidad interna de China sigue siendo la misma: tienen la capacidad de comprar la solución energética y materiales estratégicos, pero no los poseen dentro de su territorio. Además, no hay que olvidar que este mismo año China perdió su condición de ser el país más poblado de la Tierra y que la nación que está en la lista de espera para convertirse en la otra potencia del mundo que estamos viviendo, India, ha ganado ese título y, lo que es más importante, ha consolidado un modelo que – sin basarse en la estructura uniforme y única de país – tiene expresiones a través de distintos estados de hegemonía y de conquistas económicas que hace tan solo 5 años parecían impensables.

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Hace más de 200 años Napoleón lo auguraba diciendo: “dejen dormir a China, porque cuando despierte, el mundo entero temblará”. Siglos después, Alain Peyrefitte lo recordó con su libro “Cuando China despierte…” y recientemente en 2009 Martin Jacques lo volvió a hacer con su libro “Cuando China gobierne el mundo: el fin del mundo occidental y el nacimiento de un nuevo orden global”. Probablemente aún no se han cumplido con exactitud todas las profecías sobre el gran despertar del dragón chino, pero lo que es cierto e innegable es que China despertó y se ha posicionado como una de las principales potencias del mundo.

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La pregunta que surge en estos momentos es: ¿y cuando la India de Modi despierte… qué sucederá? Lo único que en principio sabemos es que es muy difícil que se pueda dar un eje Beijing – Nueva Delhi. Y es que si hay países que tienen unos problemas territoriales y una historia de confrontación permanente esos son la India de Modi y la China de Xi Jinping. Económicamente no solamente se trata de dos de las cinco economías más importantes del planeta, sino que, juntas, representan más del 35% de la población mundial. Además, se trata de dos países con armamento nuclear, que han invertido cantidades estratosféricas de dinero en el fortalecimiento de sus ejércitos y con una capacidad de lucha y unas sociedades que sería fácil arrastrarlas a ciertas determinadas batallas, sobre todo las religiosas.

Imagen: en visualcapitalist.com

India tiene un enemigo insalvable en Pakistán. Pero, sobre todo, lo tiene en la circulación y convivencia con el mundo musulmán. Es muy difícil pensar que más pronto que tarde ese conflicto no estalle con más virulencia que el que hoy tiene.

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En conclusión, este verano de 2024 da una imagen de Europa muy preocupante. El continente europeo se ha construido a sí mismo sobre la base del subsidio de Occidente. La crisis religiosa y el creciente conflicto que rodea al tema migratorio – que ya tiene casos sumamente preocupantes, como es el francés, en donde ya una importante parte de los migrantes se han adueñado e impuesto sus creencias y forma de vivir – dejan la posibilidad abierta de un conflicto. Nada mejor que unos Juegos Olímpicos y una exposición universal para estar realmente preocupados con la posibilidad de un verano sangriento en el territorio francés.

Foto: Mohammed Badra/EPA-EFE/REX/Shutterstock en bbc.com

En cuanto al resto de Europa, observe usted lo que significa que todos los días haya misiles que van y vienen de Ucrania a Rusia o viceversa y el hecho de que sólo bastaría una desviación de un misil que impacte en Hungría o Polonia para multiplicar y escalar significativamente el conflicto. Estamos viviendo y siendo testigos de las horas finales de lo que fueron las grandes herencias y las grandes estructuras que dejó la Segunda Guerra Mundial, al igual que estamos viviendo la falta de practicidad y la falta de capacidad de las Naciones Unidas tal como las conocemos.

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Hoy el mundo no tiene un enfrentamiento entre capitalismo y comunismo, tiene un enfrentamiento en el que más del 30% de la población – aquellos que no forman parte del llamado mundo occidental – está viviendo su momento más importante de gloria, chocando claramente con lo que significan los límites arancelarios y la capacidad de lucha tecnológica con occidente. Ambos elementos vienen potenciados y enriquecidos por el problema de las guerras religiosas. Por eso, si en 1939 se podía leer la angustia y preocupación sobre la creciente tensión que terminó por desatar la Segunda Guerra Mundial, en este 2024 – sin ser alarmista, pesimista ni caer en teorías de la conspiración – se puede decir que este es uno de los años más decisivos en cuanto a la continuidad de la condición humana.

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En los últimos 30 años, China se ha convertido en el poseedor más importante de la deuda pública estadounidense. Viendo el panorama actual es cierto que las crisis en América les pueden convenir financiera y económicamente, aunque la realidad es que estas también los pueden llegar a perjudicar y lo están haciendo.

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Las crisis, que son elementos consustanciales con el desarrollo, también alcanzaron a China. La primera crisis que ha afectado significativamente a China es la demográfica; sobre esto, las consecuencias sobre sólo permitir tener un hijo por familia ya se han dejado ver al tiempo que estalló la época del desarrollo compartido. Y ahora, por si faltaba algo, la gran pregunta es si es posible sostener un sistema industrial con unos instrumentos financieros que trabajen al servicio de las inversiones del país – como sucede en el caso chino – sin afectar o arrastrar a diversos sectores como está sucediendo con la crisis inmobiliaria y que ya está teniendo sus repercusiones en la economía china.

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Era más fácil administrar la ambición de la pobreza que la explotación de la pobreza. Y eso está provocando que ahora mismo estén realmente interrelacionadas no solamente las luchas tecnológicas y económicas, sino también la estabilidad financiera de los dos imperios dominantes hasta el momento: China y Estados Unidos.

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